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domingo, 15 de enero de 2012

Mrs. Lovett: The legend. Capítulo 33

Y aquí tenemos otra parte de la novela de "Mrs. Lovett: The legend". Fue la que nos envió el primer escrito que está publicado, así que aprovecho para decir que los que ya habéis mandado algo podéis volver a hacerlo, es más, adelante, ¡hacedlo!:) La autora nos ha pedido que pongamos la dirección de su blog: http://dreamsofmotherearth.blogspot.com/; el blog no habla de la historia, pero yo me he metido y, personalmente, me ha gustado. Pasad a echarle un vistazo porque merece la pena:)

Y bueno, las vacaciones de Navidad se han acabado ya y hay que volver a la rutina:S Así que, en esa rutina...esperamos que saquéis tiempo para mandarnos alguna cosilla:P Porque como decía mi socio David en la anterior entrada, ahora estamos escasos de escritos y, bueno, a ver si nos van llegando para poder colgar cuantos más, mejor^^



Admin.: ClaryClaire






Mrs. Lovett: The legend. Capítulo 33


La mañana comenzó oscura sobre la caótica ciudad. Las calles centrales de Londres estaban abastecidas por transeúntes que, o bien tenían mucha prisa o eran ancianos que daban su paseo matinal dirigiéndose al parque. La verdad que me sorprendía que estas personas tan mayores caminaran por las calles con el tiempo que hacía.

Me dirigía de vuelta a casa con las manos cargadas de cestos. Era lunes y como siempre venía del mercado de la plaza donde compraba la carne de relleno para las empanadas, algunas frutas y verduras frescas y algo de té y azúcar.

Las manos me escocían con la rozadura de las asas de mimbre y la lluvia discontinua de aquella mañana volvió a aparecer haciendo más difícil mi trayecto.

-¡Estupendo!-Exclamé al tiempo que soltaba las cestas en el suelo.

Busqué dentro de una de ellas y con agilidad saqué un pequeño saquito marrón donde dentro se encontraba el azúcar y metiéndomelo en el escote para evitar que se mojara seguí mi camino.

No estaba lejos de casa cuando empecé a oír voces de alarma. Entonces, agarrando con más fuerza las bolsas eché a correr hacia mi hogar, de donde desgraciadamente salían los gritos.

Un foco grande de fuego salía del salón de mi humilde morada. Situada enfrente tiré los cestos al suelo y con ellas caí yo de rodillas viendo como mi marido corría hacia mí.

-¡Oh, Dios mío, mi casa! ¡¿Qué ha pasado?!- Exclamé secándome los ojos y levantándome de húmedo suelo.

-¡La chimenea…! ¡Saltó una chispa!

-¡¿Cómo que saltó una chispa?! ¡Te dije que no pondría la rejilla que la vigilaras un momento!

Enfadada y observando cómo los vecinos cogían cubos con agua para apagar las avivadas llamas esperaba una respuesta de mi despistado marido. Albert se rascó la cabeza y tuvo el valor y la decencia de por fin responder.

-Me…me quedé dormido.

Cogí un cubo y me dirigí con él a la casa.

-¡¿Cómo?! ¡¿Dormido?! ¡Oh, Dios mío! ¡Albert Lovett eres un completo inútil!

Los hombres de alrededor nos miraron esperando que mi marido hiciera algo por mi intolerable trato. Al final decidido se acerco a mí y levantó la mano. Yo sin asustarme le agarré el brazo levantado, se lo bajé y dije:

-Cariño mío, nuestra casa se quema.

Por suerte el cielo estaba de nuestra parte y la lluvia fue aumentando . Pocos minutos después de que el fuego se apagara entramos para ver los desperfectos.

Corrí al salón. No quedaba casi nada. Todo estaba carbonizado. Le lancé una mirada acusativa a Albert. Permanecía quieta hasta que llena de rabia grité.

-¡Oh, Dios mío! ¡¿Por qué me diste un marido tan irresponsable?!

-¡No consiento que me hables así! Además, míralo por el lado bueno mujer… la cocina y las demás habitaciones siguen intactas.

Me acerqué a él.

-¡¿Qué las demás siguen intactas?! ¡Por Dios, Albert! ¡A mis veinticinco años casi veo toda mi vida reducida a escombros! ¡Idiota!

Me giré y me fui hasta la ventana de la cocina. Los pasos de mi marido resonaron con fuerza tras de mí y segundo después su mano ancha y fuerte me giró cogiéndome del cuello y estampándome contra la pared me dijo:

-¡Qué sea la última vez que me hablas así! Esas maneras te servirían con tus estúpidos padres…pero yo…yo puedo castigarte, Nellie. Recuerda que me perteneces hasta el fin de nuestras vidas, eres mía. Recuérdalo. Ve al dormitorio y reflexiona sobre tu comportamiento. Desde ahora las cosas van a cambiar. Harás lo que yo te ordene. Como Dios dice que debe ser.

Dicho esto me soltó y caí al suelo. Me palpé el cuello para ver si tenía algún arañazo. Me fui corriendo al dormitorio y me encerré, desde allí pude oír sus gritos.

-¡Y más te vale salir a presentar tus excusas!

Pasaron horas. Ni corta ni perezosa salí de la habitación. Sabía que por mi propio bien tendría que disculparme ante Albert. Así que se secándome las lágrimas con la manga y tragándome mi orgullo salí al salón, donde de espaldas a mí, se servía un vaso de whisky.

-Perdóname, perdí el control.

No contestó. El silencio reinaba la casa y Albert seguía de pié. Yo jugaba con los guantes quitándomelos y poniéndomelos una otra vez. Por fin se dio la vuelta y me miró con recelo.
-Tus modales son pésimo, Nellie Lovett. He estado pensando en sí debería abandonarte para buscar a una mujer que supiera comportarse. Pero, eres bonita.- Contestó acercándose a mí y pasándome el dedo índice por la nuca.

Agaché la cabeza esperando que mi marido no quisiera llegar demasiado lejos con la reconciliación. Cuanto más cerca estaba más nerviosa me ponía y la frente y las mejillas me empezaban a sudar.

-Desde ahora-Retomó besándome el cuello- te comportaras como una mujer y no como una sucia mujerzuela.

Levanté la cabeza al oír tan inesperado insulto , pero permanecí callada y postrada en el mismo lugar dejándome hacer. Su mano se metió por mi escote y rápidamente le fui a apartar.

-Eres mía, Nellie. Que no se te olvide. Te tendré cuando a mí me apetezca.

Pensé que en cierto modo yo me lo había buscado y me sentí mal por haber faltado así a mi marido.
Seguidamente me cogió de la mano con firmeza y despacio, con una sonrisa pintada en la cara, me dirigió hacia el lecho. Me remangó las faldas, me bajó las enaguas y me tomó. Yo no me quejé como hacía normalmente, simplemente dejé la mente en blanco y permanecí tumbada con la mirada perdida. Esperando que algún día fuera yo misma quién llevaría las riendas de mi vida hacía el camino que yo eligiera.



Lorena Vilariño

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